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![]() ![]() ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ Derechos Reservados Indautor Escribe: Gustavo Hernández Larrauri El murmullo del viento Virgilio, por segunda vez voló, se vio dentro en un ángulo igual al de aquellas flores, durante días, durante noches volaron cual insectos, se dejaron llevar por el murmullo del viento que cuchicheaba con ellas, volaron y volaron libremente sin más límite de lo que su vida vivía, cerraron una vez más los ojos y al abrirlos un instante elevaron su vista al cielo, juntos por primera vez vieron las gotas de agua caer, una a una se mezclaban con las flores, una a una se posaban poco a poco sobre la tierra, una a una, poco a poco a las plantas reverdecía, Virgilio, miró hacia el cielo, bajó su mirada al suelo, fijó su vista en el horizonte y por vez primera volteó a ver a su mano derecha, en ella, aferrada dentro de aquella silueta cual viva imagen de su propio ser algo reverdecía, no alcanzaba a comprender por qué su propio ser se conmovía, echó mano del viento, echó mano del tiempo, echó mano de las estrellas, echó mano del mar, echó mano de las cúspides, echó mano de su propia sed, echó mano de los ríos, echó mano de los lagos, echó mano del camino andado y tal vez poco entendió del porqué de su ser se estremecía, fijo la vista al rumbo sin rumbo y al voltear a su derecha, vio que aquel ser al igual que él un retoño cual flor de su vientre reverdecía. El miedo Virgilio, por volvió ha sentir un miedo aterrador hacia la vida, elevó la vista más allá de las estrellas, sin saber por qué, al igual que en sus primeros pasos elevó sus pensamientos a alguien muy superior a él, le pidió por vez primera que le ayudara a entender el porqué de las cosas que aun no comprendía, lloró, suplicó, reclamó, y no encontró contestación, tal vez la tuvo pero aun no podía entender la armonía de las cosas, aún no estaba preparado para poder ver, ni mucho menos el poder volar. Cerró los ojos, los abrió, volteó a su derecha y divisó una silueta, al igual que la propia, estrechaba la mano de aquella silueta que llenó su soledad, corrían y corrían por montes y valles aferrado de la mano de aquella silueta, cerró los ojos y miró por un instante sólo para sentir que aquellas gotas de agua ya no caían de aquellas nubes, sino que rodaban sobre sus mejillas al salir de sus propios ojos, aquellos que por vez primera viera a la oscuridad y a las estrellas; aquellos ojos que ni el miedo, ni la incertidumbre los hicieron por vez primera llorar, los volvió a cerrar y esta vez no los abrió, lo que quería es ver sin ver, suspirar sin poder llorar y así caminar y caminar, sin abrir los ojos podía ver a esas siluetas cual reflejo y semejanza de su propio ser, el poder correr y correr entre nubes, entre estrellas, entre mares, entre toda la gama de colores, entre ríos y lagos, entre vientos y entre el murmullo de las flores. El sueño Virgilio, esta vez no fijó el rumbo sin rumbo hacia el horizonte, esta vez no abrió sus ojos ni en un instante, los dejó cerrados por un tiempo, soñando y soñando cual sueño embelesado, con el sueño que por vez primera su alma experimentara, y así poco a poco, paso a paso, entre lágrimas de felicidad poco a poco, paso a paso los fue abriendo, levantó la vista y fijo el rumbo sin rumbo, miro hacia el horizonte con un brillo intenso sobre sus ojos, emprendió el rumbo sin rumbo, esta vez volteo a su costado y aferrado de las manos aquellas siluetas emprendieron el rumbo, entre llantos, entre desenfoques, entre ilusiones y desilusiones, caminaron y caminaron, durante días, durante noches, entre estrellas, entre mares, arriba de montañas, entre la ventisca, entre todo lo soñado junto aquellos de su lado. Por un momento a lo lejos pudo ver siluetas, siluetas y más siluetas, aquellas que nunca había visto jamás. Caminó, poco a poco, paso a paso se acercó. La mesa Virgilio, tocó la puerta donde veía aquellas siluetas, sin saber y poder comprender tocó y tocó, después de un buen rato por fin alguien abrió, alguien al igual que su imagen y semejanza se postro frente al él, le dijo pasa hermano, pasa, Virgilio, su mano, su imagen y su misma imagen, pasaron poco a poco, tal vez con algo de temor, algo que ellos no podían interpretar, dentro de aquel espacio, vieron frente así, una mesa con varias sillas alrededor , la mesa era de piedra, adornada con estrellas, ráfagas de viento y de una azul profundo como el mar, bordeada de azul celeste como el cielo, alrededor habían varias sillas una era de un resplandor inmenso, dorada igual que el sol, otra plateada cual el brillo de las estrellas, otra café como la tierra, otra roja anaranjada, otra era de un color grisáceo, otra más negra que la noche sin estrellas, otra era de madera fresca, otra de madera podrida, otra de papel en blanco, otra de siluetas diferentes aunque muy semejantes a la suya, otra pintada en forma multicolor y otra que sólo reflejaba su espacio, Virgilio, por cuarta vez sintió miedo, un pánico a lo que aún no podía comprender, su mente daba vuelcos al igual que sus primeros pasos dentro de la ventisca. Uno a uno fueron pasando, sin saber dónde sentarse, sin saber qué hacer, quiso probar, tal vez por curiosidad, tal vez por necesidad, más bien por no arriesgar, no a él mismo, sino a su mano, a su imagen y a su mismo rostro. Las pruebas Virgilio, aún indeciso primero se sentó en la silla dorada, experimento un sentimiento de inequidad, de desigualdad, de poder, de ambición, sintió que algo lo mareaba, que ese inmenso brillo lo deslumbraba y lo deslumbraba a tal grado que su vista no podía ver, era algo que no lograba comprender, después de dar vueltas dentro de su cabeza, sintió que con el brillo de ese resplandor podía a la desigualdad convertirla en igualdad, a la ambición en sencillez, experimentó que esa enorme fuerza que se traducía en poder, podría usarla para construir y al igual de fuerza para destruir, sintió que lo que lo mareaba no era ese resplandor, sino más bien lo que el mismo sentía con ese brillo que era tan deslumbrante, eso era lo que más lo desequilibraba. Prosiguió a sentarse en la silla plateada al igual que las estrellas, por un momento se sintió transportado entre astros luminosos; sin embargo algo no estaba bien dentro de él, al igual que el resplandor de la silla dorada lo cegaba inmensamente, lo cerraba en su visión, escuchaba un campaneo de metal en su cerebro y por más que su mente imaginara, no lo concebía más y más, sus sueños y la imaginación poco a poco se desvanecían, entre su mente se fijaba una imagen más y más, esa imagen material que poco a poco acaba con ellos. Se quiso parar por un instante pero comprendió que con ese tintineo que golpeaba su cerebro y con ese mundo material, usado correctamente esos sueños se podrían convertir en realidad. Prosiguió a sentarse en la silla de color café, silla de color igual al de la tierra que un día por primera vez pisara, al sentarse en aquella silla, sintió la misma ansiedad que un día su ser en su garganta percibiera, se dio cuenta que sin la tierra el no existiría jamás, que al igual que el vital líquido, la tierra era fuente de vida, en el estaba cuidarla, conservarla, respetarla y amarla al igual que aquellas siluetas que al igual que él era lo que más quería, entendió que la tierra era el inicio de la armonía de las cosas, que vivía en un circulo de vida entre el agua, la tierra y el aire; sin embargo algo le ofendía. Prosiguió a sentarse en la silla de color rojo anaranjado, y sintió que algo en todo su ser le quemaba, ardía fuego en su interior, ardía todo su cuerpo, se retorcía de dolor, sintió una sed inmensa, le faltaba el aire, quería correr sobre la tierra. El fuego ardiente que lo quemaba cedió poco a poco, conoció la implacable furia de dolor, entendió que para cerrar una parte del círculo de la vida se necesitaban de los cuatro elementos, agua, fuego, tierra y viento. El dolor laceraba en lo interno y en lo externo, que el dolor a veces venía de uno mismo, a veces de algo externo y a veces por la combinación de ambos, así como el ardor destruía las Entrañas. Prosiguió a sentarse en aquella silla pintada de un tono grisáceo, al sentarse su mente fue envuelta en una nube gris, como aquellas de formas caprichosas que lo espantaban al inicio de su corta existencia, de ellas salían truenos y centellas, relámpagos jamás antes vistos por él. No lograba concentrarse, no podía ubicarse. Pensó por un momento que tal vez lo mejor sería dejarse llevar por esas nubes, por momentos flotó y flotó, otra vez el rumbo fue sin rumbo, en un abrir y cerrar de ojos, fijó la vista en un instante, se dio cuenta que aquellas nubes, él mismo las provocaba, que la ceguera, que la falta de visión, que la nubosidad, que aquellas formas grises, provenían de lo más profundo de su ser, que era él mismo quien veía las nubes de esa forma y que estaban en él para aclarar la visión, que sólo dependía en ver más allá de las cosas, que a veces, los relámpagos, truenos y centellas, eran por su escasa vista, por no lograr ver más allá de la distancia, que sí a veces lo tocaban y lo envolvían era por que no sabía evitarlos. Prosiguió a sentarse en la silla negra más negra que las noches sin estrellas, en ella volvió ha sentir un inmenso miedo, por momentos esa negrura lo alimentaba, por momentos esas tinieblas lo deslumbraban, empezó a inclinarse por esa silla que le provocaba enormes sentimientos jamás experimentados, sintió una fuerza descomunal que lo embargaba, lo que quería tocar lo alcanzaba, el fuego a él ya no lo quemaba, la ambición a él lo llamaba, el viento por más que soplaba no lo cimbraba, vio que innumerables siluetas a el lo adoraban, sintió que él brillo de lo dorado a él lo iluminaba, creyó que las estrellas plateadas a él lo buscaban; Más de pronto, sintió un inmenso golpe en su interior y vio que una luz deslumbrante poco a poco se acercaba, vio una enorme lucha entre lo más recóndito de su ser entre esa negrura de la noche sin estrellas y ese resplandor que poco a poco avanzaba. Por momentos su corazón se agitaba, por momentos él dudaba, sentía otra vez un inmenso miedo, sentía que su silueta poco a poco flaqueaba, esa lucha entre la luz y la oscuridad de su ser, duro días y noches, noches y días, tal vez años, tal vez lustros, tal vez siempre duró, más sólo valoró que en su corazón una enorme fuerza creció y creció, vio un rayo de luz más blanco que la nieve, sintió que su alma se regocijaba, sintió que su espíritu se alimentaba, sintió que poco a poco de verdad a él nada lo tocaba, comprendió que la fuerza de su corazón, aquel que hasta este momento de su vida conoció, crecía y crecía más alto que las nubes, más alto que la noche, más alto que los astros y más alto que todas la negruras de todas las noches, tal vez tocó un poco de aquel ser más grande que todo lo creado, nunca lo vio pero pudo palpar que de ahora en adelante caminaría junto a su silueta, a su mano derecha y a su imagen y semejanza. Prosiguió a sentarse en la silla de madera fresca, al afirmarse, su mente viajo por montes, valles, selvas, bosques, tundras y desiertos, al igual que con las flores, vio que todo reverdecía, que sólo le bastaba con levantar la mano y agarrar el fruto que reverdecía, fruto que saciaba su hambre, no era el fruto de su corta existencia, era el fruto que alimentaba su cuerpo, sólo bastaba levantar la mano recoger aquellos frutos que hasta de los desiertos y tundras poco a poco recogía, más de pronto todo aquello que reverdecía, frente a sus ojos desaparecía, se desconcertó por momentos no supo que hacer, sintió dentro de su ser un voraz apetito que a su cuerpo carcomía, comprendió que sí quería ver reverdecer los montes y valles, tenía que cuidar su ambiente, sembrar y cosechar positivamente, pues si sembraba mal, una mala cosecha obtendría, comprendió que tenía que trabajar duramente para conseguir el fruto de cada día. Prosiguió a sentarse en la de madera podrida, por momentos vio todas sus acciones, sintió otra vez un miedo incontrolable ya que, esa madera que se podría y podría, era la cosecha de lo que sembraría, no en la siembra de la flora y sino en la siembra de la vida, con sus acciones erradas, la silla cada vez se pudría y sí no cambiaba la siembra pronto esa silla ya no lo sostendría, entendió por vez primera que lo que siembra en la misma vida es lo que cosecharía. Prosiguió a sentarse en la silla de papel en blanco, esa silla lo hizo sentir muy frágil, tan frágil, que por más que quiso apoyarse, sentía que se zarandeaba, sintió que al papel, lo elevaba el viento, el fuego lo quemaba en un instante, el agua lo desmoronaría, pero había algo en el que lo llamaba, no sabía el porqué, tomó una hoja en blanco y comprendió que en ese papel, todo lo que su imaginación percibiera ahí lo plasmaría, que su fuerza radicaba en ese espacio blanco donde su mente por siempre volaría, así en ese pequeño pedazo de papel su vida podría escribir. Prosiguió a sentarse en la silla de siluetas diferentes aunque muy semejante a la suya, al colocarse dio de brincos, dio graznidos, dio aullidos, dio de trinos, dio bufidos, dio maullidos, dio rugidos, dio bramidos, corrió, saltó, se arrastro, voló, nadó. Por su mente pasó innumerables siluetas de todo el mundo reinos que cohabitaban en existencia, reinos que representaban a la animalia, a las moneras, a los protoctistas, a los fungis y a los plantae, palpó que eran mundos paralelos a él, mundos que al igual que el suyo, coexistían en un círculo de vida, entre la tierra, el agua, el viento y el fuego, mundos equilibrados, que según el camino que él tomara ellos lo acompañarían, pero debía de entender cómo conservar ese equilibrio, buscar la armonía ya que sí él la desequilibraba ese circulo vital él mismo lo exterminaría. Prosiguió a sentarse en la silla pintada en forma multicolor, al colocarse cerró los ojos y en su mente pasaron cual relámpagos y centellas, una inmensidad de colores, sonidos, símbolos, siluetas, espacios, movimientos corporales, formas caprichosas de vida. Todos ellos regocijaban su alma, se acercó a las bellas artes, entre sus sueños conoció de arquitectura, de escultura, de pintura, de música, de literatura. Así mismo aprendió del teatro, de la danza, de la literatura, del cine, de la fotografía, de la poesía, de la escenografía, rió con la comedia, sufrió con la tragedia, se alimentó de la opera, su oído se regocijo, con las voces de sopranos, de bajos, de tenores. de barítonos. Se deleitó con la escala de música, con la escala cromática en la pintura y con lo sublime de la escultura. Por último se sentó en la última silla, en la que sólo reflejaba su espacio, en esa silla se olvidó de todo lo demás y al cerrar los ojos miró dentro de su mente una balanza. En esa balanza se representaba la igualdad de las cosas, en cada lado, sin cargarse de uno u otro se encontraba, la ambición, la envidia, la codicia, la soberbia, la avaricia, la ira, el rencor, el odio, el temor, la venganza y todo lo que manchaba al ser humano. En el otro extremo de esa báscula, se encontraba, el perdón, el honor, la dignidad, el amor, la esperanza, la humildad, la confianza, la paz, la sencillez y todo lo que hacia mejor al ser humano; por momentos todo lo que se encontraba en cada extremo de un lado al otro se mezclaban, se intercambian, uno a uno, otro a otro se entrelazaban. Se dio cuenta que no podían existir uno sin otro, se confundía por instantes. Por momentos su mente se nublaba, por momentos, su corazón y su alma se aturdían y así fue durante días durante noches, tal vez infinitamente hasta que entendió que esa lucha en su interior él mismo la desataba, solo comprendió que viviría con esa duda eternamente y en él estaba la balanza equilibrarla. Continúa en la parte III |
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